21/10/2019

Por qué creo que (a pesar de todo), sí somos un equipo

El camino no es fácil, pero cuando se logra sembrar el espíritu de equipo, la recompensa es enorme. Psic. Beatriz Martínez

Como varios de ustedes saben, soy mamá de dos hermosas adolescentes. Mi hija mayor, de 17 años, egresa este año de la institución educativa a la que fue toda su vida, y hace su viaje de egresados junto a sus amigos, en el próximo mes de enero.

Al inicio del año, la Dirección del colegio reunió a todas las familias de la generación para informarnos acerca del viaje, y nos convocó para formar (como todos los años) la COMISIÓN de PADRES que apoya a los chicos para reunir fondos. La preparación de este viaje implica para los chicos además la oportunidad de valerse por sí mismos, de lograr cosas, de divertirse, y fundamentalmente de ayudarse y ser solidarios.    

En contra de lo que sostuve todos estos años (“ni loca me postulo integrar una Comisión de Padres”), fui una de las que levanté la mano al momento en el que la Directora preguntó qué padres conformarían la Comisión.

El proceso de construcción del equipo

Finalmente, nos inscribimos 10 personas, entre madres y padres. Con la mayoría nos conocíamos hace más de 15 años, con algunos un poco menos, y con otros (más nuevos en el colegio), nunca nos habíamos cruzado. El proceso de conformación del equipo inició con un acuerdo explícito: POR QUÉ y PARA QUÉ ESTABAMOS AHÍ. Es decir, no sólo para recaudar fondos, sino para un fin mucho más amplio y significativo. Nuestro PROPÓSITO era ser ejemplo para nuestros hijos. Queríamos poner a jugar en nuestras conductas en la Comisión valores como la tolerancia, la fraternidad y la solidaridad, para ser un espejo donde nuestros hijos pudieran mirarse. Si nosotros no éramos capaces de gestionar nuestras diferencias, cómo podíamos pedirle a nuestros hijos que sí lo hicieran?

Definimos la META (a través de las actividades para recaudar los fondos), y enseguida y casi espontáneamente se fueron asignando los ROLES formales, los cuales a veces variaban (explícitamente) de acuerdo con la actividad. Teníamos, en ese equipo, las HABILIDADES COMPLEMENTARIAS para poder transitar este proceso con éxito. Veníamos de campos de conocimiento muy variados. Un Ama de Casa, una Contadora, una Odontóloga, una Psicóloga (yo), un Ingeniero Químico, y otros tantos campos de trabajo … Pero además éramos muy diferentes: estábamos los ansiosos, los super tranquilos, los analíticos, los obsesivos, los “volados”, los más emocionales…

Una de las primeras cosas fue definir REGLAS DE FUNCIONAMIENTO, tales como días de reunión, procedimientos de comunicación, cómo tomaríamos las decisiones, quién redactaría las actas, etc. E intentamos respetarlas. Sabíamos que los RESULTADOS que lográramos eran RESPONSABILIDAD de TODOS, y no de unos pocos.    

Tuvimos conflictos, y más de uno. De hecho, una persona abandonó el equipo casi al comienzo, porque no estuvo de acuerdo con una de las decisiones. Frente a esas situaciones recordábamos y volvíamos a explicitar el propósito de nuestra Comisión, y nuevamente nos encauzábamos.

Si fue fácil? No, no lo fue. Si fue todo tan romántico cómo suena? No, para nada. Hubo más de un momento en el cual – por lo menos yo – me enojé, me quise ir, me sentí que no podía con las cosas. Y como me pasó a mí sé que le pasó a más de uno. La gestión de las emociones dentro de ese equipo fue uno de los desafíos más complejos que tuvimos. Y de la que todos aprendimos. Cuando sentía que me caía, siempre aparecía algún padre que me levantaba, y me recordaba el propósito que teníamos. Siempre. Y alguna vez fui yo quien sostuve. Hasta en eso nos complementamos.

La semana pasada, a días de la última actividad que ayudamos a organizar (un campeonato de Bingo y Truco), particularmente a mí se me juntaron muchas cosas de trabajo y personales.  Estaba llegando absolutamente agotada a la Jornada de Bingo.  A días de esa actividad me pregunté “para qué me metí en ésto?”

Y me lo respondí en un Taller sobre Trabajo en Equipo que dimos para un cliente el pasado jueves en la mañana. Cuando quise ejemplificar el significado de PROPOSITO de EQUIPO, me acordé de la Comisión. Me acordé de la satisfacción por lograr el objetivo, del trabajo con los chicos, de la emoción al verlos esforzarse – junto con nosotros – en el trabajo diario; me acordé de las risas contagiosas, de los abrazos celebrando el final de cada actividad … y me acordé de PARA QUÉ estábamos juntos. Estábamos juntos, porque queríamos ser ejemplo para nuestros hijos. Porque queríamos demostrar que la tolerancia, la fraternidad y la solidaridad son posibles, y que practicarlas es un excelente ejercicio para la vida.  Estábamos y seguíamos juntos porque teníamos UN PROPÓSITO.

En unas semanas estamos cerrando formalmente el trabajo de esta COMISIÓN.  Cumplimos con un objetivo, pero abrazamos un propósito, que va mucho más allá de conseguir una meta. Eso es lo que nos mueve y eso es lo que mueve a los equipos.

Y eso me llevó a pensar en los equipos (y no grupos) en los que he trabajado a los largo de mi vida. Equipos que me han dejado huella, y de los cuales he aprendido muchísimo. Pero los equipos no son un grupo de gente; es más difieren bastante de ser un grupo de gente. “Un equipo es un pequeño número de personas con habilidades complementarias, comprometidas con un propósito común, un conjunto de metas de desempeño y un enfoque por el que se sienten solidariamente responsables”, dice Jon Katzenbach.

Por eso creo que a pesar de todo (de nuestras diferencias, de nuestras visiones, hasta de nuestras lógicas), esta Comisión sí fue un equipo. Pudimos compartir el liderazgo, sentimos la responsabilidad tanto individual como colectiva, los logros fueron del equipo (más allá de quien trabajó más en cada actividad), alentamos, en todo momento, el debate abierto y las reuniones para resolver los problemas y medimos y evaluamos cada uno de los pasos que dimos. Y fundamentalmente, pudimos construir desde el inicio el propósito que nos guió en todo el proceso de trabajo.

“La esencia de un equipo, sostiene Katzenbach, es el compromiso común. Sin él, los grupos actúan como un montón de individuos; con él, se convierten en una poderosa unidad colectiva. Este tipo de compromiso requiere un propósito en el que los integrantes del equipo puedan creer. Sea ese objetivo “transformar los aportes de los proveedores para satisfacer al cliente”, “volver a sentirnos orgullosos de la empresa que tenemos” o “demostrar que todos los niños pueden aprender” (o “ser ejemplo de nuestros hijos”), las finalidades creíbles tienen un elemento relacionado con ganar, con ser los primeros, con revolucionar, con estar a la vanguardia”.

En nuestro trabajo cotidiano en procesos de construcción de equipos en BM&Asoc, vemos muchísimos grupos que parecen tener claras sus metas, pero que no han podido construir un propósito común. Esos grupos sin propósito generalmente son los que no logran un sentimiento de equipo. Y ese propósito el que sostiene al equipo, el que lo liga, el que le permite sobrevivir a los entornos más hostiles o a las condiciones más desfavorables.

Construir un equipo no tiene recetas mágicas, pero sí tiene requiere de foco, de tiempo, de un método, y de aclarar las metas, las habilidades, los roles, las formas de funcionamiento.. y el propósito. El camino no es fácil, pero cuando se logra sembrar el espíritu de equipo, la recompensa es enorme. 


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