13/12/2020

LA LIBERTAD RESPONSABLE NECESITA NEO CORTEX

por Beatriz Martínez García

Últimamente soy una montaña rusa de emociones. Me enojo cuando sé de adolescentes que asisten a fiestas clandestinas, cuando veo a personas en lugares cerrados sin protocolo alguno, cuando un grupo de señoras en zumba grita desaforadamente “porque nos libera” y me convierto en la denunciante perfecta cuando viajo en bus hacia alguna ciudad del interior, sube gente sin tapabocas y el guarda no le dice nada, (casi soy el vengador enmascarado, denunciando todos los protocolos que no se cumplen). Recuerdo cuando en marzo muchos de nosotros nos quedamos sin trabajo, y recuerdo cotidianamente a todos los que aún no han podido reinsertarse o no han podido volver a sus actividades. Parecería como si mucha gente estuviera viviendo en un mundo paralelo, o hubiera sufrido una amnesia repentina y selectiva. ¿Qué nos pasa que no podemos cuidarnos y más específicamente qué nos pasa, que no estamos siendo capaces de cuidar a los otros?

No hay texto alternativo para esta imagen

Hace días que vengo escuchando en los informativos que “le perdimos el miedo a la pandemia”… Y escuché específicamente que los lugares de trabajo son uno de los sitios donde menos se respetan los protocolos. Inmediatamente conecté esto con las veces (muchas) que me sorprendí por los posteos de cursos y reuniones de equipo que he visto en esta red social, donde los participantes aparecen sin barbijo y sin respetar distancia física alguna. ¿Cuál es el mensaje que se quiere trasmitir? 

Tratando de objetivar el dato y que las emociones no caminen encima de mi racionalidad, me senté a escribir este artículo buscando repuestas conceptuales para compartir, con el fuerte deseo (debo confesar), de repensar qué estamos haciendo y qué podemos cambiar para escribir una historia diferente.

Las neurociencias y el COVID

Posiblemente por mi formación, me fui a buscar esas respuestas a la neurociencia. El funcionamiento del cerebro y por qué hacemos lo que hacemos son temas que me han atrapado en los últimos años.

Vayamos por partes. Es innegable el hecho que estamos viviendo en una época de gran incertidumbre. No sabemos cuándo va a terminar esto. No sabemos cuándo va a estar la vacuna. Ni cuándo estaremos inmunizados (la muy escuchada “inmunidad de rebaño”). 

No hay texto alternativo para esta imagen

¿Y qué es lo que le pasa a un cerebro normal en épocas de incertidumbre? Muy sencillamente explicado, la neurociencia nos habla de la existencia de un cerebro triuno (no es que tengamos tres cerebros, sino que hay tres áreas claramente diferenciadas en nuestro cerebro: la instintiva, que es la más antigua; el área límbica, que es la emocional y el neo córtex, la más reciente y área racional).

Cuando aparece una situación incierta, lo primero que se enciende en el cerebro es el área de la amenaza, el área instintiva (cerebro reptiliano). Esa área instintiva es la que nos prepara para la lucha y nos permite, ante una amenza, correr, pelear o congelarnos (FFF, flight, fight or freeze, por sus siglas en inglés). Esa área de amenaza inmediatamente dispara el encendido de otras áreas neuronales, principalmente de emociones poco placenteras: el miedo, la angustia, la evitación, la ansiedad, etc.. En esta pandemia, esa área es la que nos indica que tenemos que cuidarnos (si lo que se dispara es el miedo) o la que nos dice “si no usás barbijo no va a pasar nada” (si lo que se dispara es la evitación, por ejemplo).

Pero además, vivimos en una sociedad donde el instinto de imitación es considerado una actitud típica de la manada que nos ayuda a sobrevivir. Federico Fros Campelo[1] ejemplifica este instinto de imitación con los niños más pequeños que repiten lo que dicen los mayores para mejorar su aprendizaje o con los adultos que copian la vestimenta de sus semejantes para dar origen a las modas.

Desde el punto de vista biológico, continúa Fros Campelo, "el instinto es un término que nos recuerda que somos una rama de mamíferos evolucionada. El propósito de estas pautas de comportamiento hereditarias es facilitar la adaptación, ya que están programadas en el cerebro de nuestra especie para garantizar protección y resguardo". "Ante todo somos seres sociales que fuimos evolucionando en manada". Probablemente por ésto, cuando las personas ven que su grupo de referencia (amigos, compañeros del colegio, del trabajo, vecinos, líderes de opinión) se junta con otros sin respetar protocolos, muchos siguen ese ejemplo porque estos actos están asociados a un reflejo grupal.

¿Estamos preparados para asumir una conducta racional, o la libertad responsable nos está volviendo irresponsables?

El cerebro necesita certezas

La incertidumbre entonces genera las emociones displacenteras que mencionamos más arriba, ya que el cerebro no logra descifrar qué va a pasar en lo inmediato, y necesita de modelos de realidad para intentar explicarla. Pero como esto es algo que no había pasado antes y no hay datos para reinterpretar lo que está pasando, el cerebro llena ese vacío con lo que puede: “nos vamos a morir todos”, o, “si me junto con conocidos no va a pasar nada”, “el barbijo no sirve para nada”, o hasta “el coronavirus no existe”...

No hay texto alternativo para esta imagen

Lo cierto es que el cerebro necesita encontrar un significado y un equilibrio a todo lo que ve. Si no da con ninguna respuesta satisfactoria, reinterpreta los datos en función del contexto y de los modelos mentales de cada uno y después de haber extraído la información disponible, llega a una conclusión (subjetiva). 

Hasta aquí resulta claro que las emociones juegan un rol fundamental en la respuesta que cada uno de nosotros damos a esta emergencia sanitaria. El cerebro es el órgano detrás de todas las emociones (sistema límbico): las emociones tienen una base neurológica.

Según Fros Campelo, ante la falta de contacto físico (o la falta del contacto físico como lo conocemos habitualmente) nuestra empatía, se resiente y nos cuesta cada vez más ponernos en el lugar del otro. Nos vuelve más egoístas y menos sociables. Pero agrega otra variable, y es la de la producción de oxitocina, una hormona que se fabrica en el cerebro y que tiene entre otras funciones, la de fortalecer los vínculos de proximidad. La oxitocina, además de ser una hormona, es un neurotrasmisor que promueve el sentimiento de pertenencia, fundamental para nuestra especie. Se relaciona con comportamientos como la confianza, el altruismo, la formación de vínculos y la empatía. Su ausencia puede provocar estrés, ansiedad y agresión. Esto produce que el sistema límbico (emocional) tome un rol aún más activo, alejándonos de la posibilidad de un pensamiento racional.

Otro concepto interesante de la neurociencia al respecto de este tema es el de las Automatic Negative Thoughts[2] o ANTS (hormigas, en inglés). Las ANTS son pensamientos cínicos, sombríos y quejumbrosos que parecen aparecer solos, sin razón lógica aparente. Estos pensamientos se convierten en profecías autocumplidas: “estuve con mis amigos y nunca me contagié de nada”, por lo tanto “no pasa nada si hacemos una fiesta”.

El Dr. Henry Cohen, parte del equipo del GACH (Grupo Asesor Científico Honorario), en una nota realizada para El Observador por Leonardo Haberkorn[3] sostiene que tras ocho meses de pandemia en nuestro país, se produce una fatiga que hace que a la gente le cueste motivarse para llevar adelante el protocolo. La neurociencia aporta un dato adicional: ante una situación inédita, el cerebro libera dopamina (neurotransmisor relacionado con la sensación de bienestar y la intensidad de las recompensas). Pero ante la falta de novedad (los ocho meses de emergencia sanitaria), los estímulos se reducen y el aburrimiento se hace presente. Las personas en esa situación buscan “despejarse”, salir de ese aburrimiento, pero como todo gira en torno al coronavirus se produce un efecto túnel, es decir, es difícil ver más allá, entonces, no me cuido.

Cuando las decisiones se toman de manera emocional, es muy probable que no sean las mejores. La libertad responsable necesita del neocortex.

Las neurociencias, el liderazgo y el COVID

El liderazgo en estas situaciones se torna fundamental, porque cuando el cerebro siente estas emociones displacenteras, gasta toda la glucosa y el oxígeno que se necesita para hacer sinapisis y deja sin “alimento” a otras áreas que se necesitan para pensar y tomar decisiones racionalmente (neo córtex). Es decir, pensamos peor y tomamos malas decisiones. Esas malas decisiones aumentan la incertidumbre (aumentan los casos, fallece más gente, se frenan proyectos, se pierden más fuentes laborales, hay más incertidumbre).

Cuando el líder funciona como tal (liderando a otros o autoliderándose), se para el gasto excesivo de oxígeno y glucosa en el área límbica, para poder usarlos en áreas que nos permitan analizar más objetivamente las situaciones (neocortex frontal), y actuar más responsablemente y no tan emocionalmente. 

De esta manera la gente deja de responsabilizar al otro por lo que está pasando (otra cosa que me llama la atención es cómo las personas que se quejan por las marchas, la Rural y las Elecciones Nacionales, son las mismas que se juntan en reuniones sin distancia, o autorizan a sus hijos a ir a fiestas clandestinas, como si la responsabilidad siempre estuviera afuera)

La comunicación, una de las competencias más importantes de un líder, se vuelve entonces esencial a la hora de pensar distinto. Y los líderes (de equipo, deportivos, figuras parentales, profesionales de GH, políticos, sindicales, figuras públicas, Poder Ejecutivo, influencers, etc.) se vuelven fundamentales para ayudar en este punto a reinterpretar las situaciones, es decir, a ayudar a pensar por qué hacemos lo qué hacemos de manera más racional.

No hay texto alternativo para esta imagen

Necesitamos líderes que sean capaces no solamente de escribir buenos protocolos (prácticamente todas las organizaciones lo tienen), sino que logren objetivar la importancia de cuidarnos entre todos y que, fundamentalmente, den el ejemplo. De alguna manera, necesitamos líderes que puedan operar como un neocortex.

Que esta crisis sea un túnel y no un pozo, depende de todos nosotros y del liderazgo que ejercemos cotidianamente en cada uno de nuestros roles. Como padres, como trabajadores y como líderes de opinión. Sin dudas que esto no es una fórmula mágica ni una verdad revelada. Pero sí que es el desafío más grande al que nos enfrentamos, y posiblemente sea una vacuna mucho más efectiva que la vacuna misma o que el tapabocas, porque nos ayuda a ser mejores personas, más allá del coronavirus.

 ____ . _____

Referencias

[1] Federico Fros Campelo es ingeniero industrial por la UBA. Es especialista en los procesos cerebrales de los consumidores. Autor de El cerebro del consumo (2015), a partir de disciplinas como la Neurociencia Social desarrolló un modelo que permite entender cómo intervienen los sistemas emocionales de nuestro cerebro en la toma de decisiones. Su trabajo fue declarado de interés científico por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. También es autor de Somos lo que sentimos (2016), Ciencia de las emociones (2018), Mapas emocionales (2018) y El genio que llevamos dentro (2018).

[2] Concepto desarrollado por el Dr. Daniel G. Amen, psiquiatra, médico y autor, que llama a este tipo de pensamiento ANT (Pensamientos Negativos Automáticos).

[3] https://www.elobservador.com.uy/nota/cohen-si-nos-hacen-un-par-de-goles-en-la-paz-ya-no-levantamos-el-partido--202011132130

Bachrach, Estanilao. Curso Cerebro, mente y emociones. 2020

Imágenes de Canva y Printerest


Compartir: